miércoles, 5 de agosto de 2009

MARTIRIO DE LOS APOSTOLES


A pesar de que los católicos nos hemos hecho muchas preguntas concernientes a nuestra fe, una de las más evidentes no ha sido formulada con frecuencia, o en todo caso, no es común toparse con un lugar que reúna esta información. Nos referimos a: ¿cómo fue la muerte de los Apóstoles del Señor?
Cercana la fiesta de San Pedro y San Pablo, éste es un momento maravilloso para preguntarnos sobre el momento en que iremos a reunirnos con Dios haciendo agradecido uso de la gracia que Él mismo nos alcanzó, o nos reprobaremos por haberlo rechazado. Y cuando meditamos, los católicos tenemos la gracia adicional de contar con los modelos de virtud que fueron nuestros santos. Por eso veremos en las altísimas vocaciones de los apóstoles ese fin que debiéramos desear e intentar alcanzar rogando por la gracia de la penitencia final y la unión con Dios que ellos lograron en grado magnífico.
Pero cuando hablamos de modelos de virtud se nos hace imposible olvidar a los "ejemplos de decrepitud" que han sido quienes deliberadamente quisieron apartarse y dañar la Fe en alguna de sus expresiones.
Dada la santa curiosidad que nos ha nacido al darnos cuenta de nuestro desconocimiento al respecto, el tiempo que atravesamos, la necesidad de la gracia de penitencia final y la contemplación de las maravillas de Dios, relataremos a continuación según la Tradición de la Santa Iglesia, el momento previo a la vida eterna de estos grandes santos y algo de quienes quisieron ser sus opositores, para que, cada quien desde su lugar, esperamos nos produzcan siquiera en parte el fruto del deseo de santificación que Nuestro Señor quiso encender en nosotros cada uno de los días que transitó por este mundo.
Nuestro Señor nos abrió las puertas del Cielo, y así, convirtió nuestra muerte en un nacimiento a la Vida eterna. Los apóstoles, habiéndole servido durante su vida en la tierra, quedaron totalmente desprendidos de todo anhelo de este mundo, y comprendieron que nada podía valer más que llevar a Dios a todos los rincones de la tierra predicando las Verdades inmutables, desterrando al demonio de los lugares que tenía dominados, curando almas y cuerpos e incluso muriendo por defender la Fe. Sus apostólicas vidas fueron tan gratas a Dios, que aún en los casos en que hubo una violenta muerte, siguió un premio inigualable en parámetros de esta tierra, y que sólo comprenderemos cabalmente el día que ingresemos en el Reino Celestial, y una constante gracia, siempre fluyente, que los acompañó hasta que exhalaron el último suspiro.
Asimismo, por oposición, quienes quisieron abiertamente dañar a Dios o a su Santa Esposa siempre recibieron un fin que, violento o no, mostraba la decadencia de sus naturalezas corrompidas, como en el caso de Enrique VIII, Lutero, Voltaire, Lenín y tantos otros.¡Qué ganas de ser como los primeros! ¿Verdad? Cuando somos caritativos, cuando pensamos en el bien de las almas, cuando buscamos satisfacer la voluntad de Dios antes que la nuestra, Nuestro Señor encuentra un albergue en nuestra alma desde el cual podemos irradiarlo. Por eso los santos convertían a miles de personas: porque Dios estaba allí, obrando a través de sus fidelísimos siervos.

sábado, 1 de agosto de 2009

Estudiantes de grado 10 le escribo luego